Confesiones de un triatleta primerizo… y viejuno

Bueno, llamarme triatleta puede sonar un poco pretencioso, siendo alguien que todavía no ha hecho ningún triatlón, pero lo entenderéis al final del artículo (que por cierto, es un poco chapa, lo aviso).

Pues eso, que soy uno de los miles de cuarentones que con mucha ilusión, esfuerzo y sudor, se está metiendo en el mundo del Triatlón. Y eso que en mi caso se podía ver venir, ya que con 20 añitos empecé a entrenar Atletismo, haciendo Decatlón, y aunque pasé sin pena ni gloria, eso dejó en mí varias enseñanzas:

  • Los deportes que acaban en “Tlon” molan…
  • Los que no somos muy buenos a nada, haciendo varias cosas a la vez, lo disimulamos más fácilmente.
  • Hay que entrenar un huevo… y parte del otro.

Así que yo, que ya me veía llegar a los 50 añitos siendo un gordito feliz, amante de los txuletones y el buen vino, con 40 años, 93 kilos en canal y mucho pelo (uf, tengo que pensarme lo de la depilación) me lanzo a entrenar como un loco y para ello, a través de Hugo y Javi, me uno a los Maldan Gora, un grupo de gente cojonuda, amantes del cachondeo como yo, y que en sus estatutos dicen que se debe ser padre (o madre) de familia y tener más de 35 añazos para ser un Maldan. Está bien, así no entrenas con el típico soltero que no tiene otras ocupaciones familiares y que puede entrenar a horas “raras” como un domingo a las 11 de la mañana… nosotros nos conformamos con salir con la bici a las 8, cubiertos como si fuéramos al Polo y esquivando a los que todavía siguen de juerga y van haciendo eses…

Pues eso, que con muy buenos compañeros, una cena al mes (gran tradición, espero que siga) y muchos entrenamientos empecé a meterme en el mundillo.

Mientras tanto, seguía haciendo alguna escapadita a la montaña, que es otra de mis aficiones. Os pongo unas fotos de la última al Bisaurín, que no tiene nada que ver con el Triatlon, pero son chulas.

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A estas alturas, avispado lector, seguro que dirás, ”todavía no ha comentado nada de la bici” (algo que he aprendido que es como un sub-mundo en sí mismo); pues sí, ahora voy.

Llegamos a otra de las grandes hazañas en todo triatleta: comprarse bici. Empecé entrenando con la de mi hermano, más que nada para ver si me acordaba de cómo se pedaleaba (no es moco de pavo, más de uno se ha pegado una soberana hos… porque al parar se le ha olvidado sacar un pie de la cala y se va al suelo), y cuando vi que la cosa iba bien, empecé a mirar precios de bicis nuevas… tras el susto, dos días después pasé a ver precios de las de segunda mano. Nadar resulta barato, bañador UHF (Un Huevo Fuera, como decía mi amigo Tonitín), gafas, gorro y algunos otros utensilios; correr, con zapatillas y ropa de deporte, vale; pero la bici? Cómo pueden ser tan caras? Entonces comprendí el chiste ese de “cuál es el mayor miedo de un triatleta? El que cuando se muera, su mujer venda la bici por el precio que él le dijo que le costó”. En fin, con un poco de suerte y contactos (gracias Hektor!) conseguí una muy buena bici (BH G4) por un precio razonable.

Después de eso, te das cuenta de que Vitoria en invierno es como Mordor, y si no quieres jugarte la vida, es mejor que te compres un rodillo para pedalear en casa… y suma y sigue… Por cierto, una experiencia inigualable que recomiendo, es hacer bici en rodillo viendo Kill Bill de Tarantino, con Uma Thurman  y su katana rebanando pescuezos… fastuoso…. Sí, soy un poco friki.

Y empezamos a nadar, donde me he llevado mis mayores alegrías por la mejoría que he tenido en 5 meses escasos, bueno, aunque no tengo mucho mérito, teniendo en cuenta que nadar con un tío como Hektor Llanos al lado corrigiendo la postura, es un auténtico lujazo. Además de coincidir con delfines como Javi, Hugo, Arkaitz, Fernando,… y además, como lo de nadar en el mar me gusta bastante, pues eso, a disfrutar.

Ya sólo quedaba correr, y curiosamente, lo que más me gusta, lo que llevo haciendo 20 años, es lo que peor llevo. Mis Tendones de Aquiles se rebelaron y dijeron que me metiera la carrerita por donde me cupiera, y tuve que parar. Tras 4 meses sin correr, cuando vi que la cosa estaba un poco más tranquila (podía moverlo mejor, no lo tenía hinchado,…) hice otra de las cosas únicas en la vida que a partir de ahora pueden ser habituales: mi primera visita a un fisio para que me revisara los tendones. Impresionante, cuando lleva 15 minutos machacándote el tendón (donde más duele) y estás sudando y te agarras a la camilla hasta con los dientes, va y te dice: “ahora te va a doler, porque te voy a meter un gancho para llegar a las fibras internas”… y entonces es cuando te cagas.

Pero bueno, lo cierto es que me vino muy bien, porque me dijo que fuera al Gabinete médico de Mendizorrotza que allí me podrían tratar con algo que se llamaba “Ondas de Choque” que suena como a táctica militar y da un poco de canguelo sólo de imaginar qué hará eso en los tendones. Pues bueno, el miedo es justificado. Las famosas ondas, lo que hacen es soltarte 2.000 martillazos en el tendón, a 10 por segundo, con la particularidad de que hay que darlo donde más duele, así que es masoquismo puro. La enfermera que lo está dando, cuando ve que pegas un bote en la cama porque los martillazos empiezan a doler mucho, tiene que seguir aplicándolo en ese mismo sitio. De esta forma parece que las fibras del tendón se rompen, y luego con ejercicios que hay que hacer durante unos 2 meses, consigues que las fibras se vuelvan a crear pero de forma correcta.

No sé quién me mandaba meterme en esto.

Un “efecto secundario” que tendré que estudiar con un psicólogo, es que cuanto más entreno, menos me apetece comer lo que antes más me gustaba: carne grasienta, embutido, etc… y eso sí que me preocupa. A este paso, a los 50 me convierto en bailarina.

Otro “percance” que me pasó, fue que con la carga que me he metido a nadar (teniendo en cuenta que hasta ahora sólo nadaba en verano para quemar las cervecitas y patatas fritas) se me contracturaron los romboides a finales de marzo. Sí, yo tampoco sabía qué eran los romboides, pero os aseguro que cuando no puedes estar de pie porque te duele toda la espalda y el cuello y hasta empiezas a sudar de dolor, y tienes a 10 clientes enfrente tuyo preguntándose qué puñetas te pasa para poner esas caras tan raras… entonces empiezas a pensar que esto de entrenar tanto tiene letra pequeña y que probablemente tendrás que estirar esos músculos tan raros que no sabías ni que existían.

Entonces, vuelves al fisio, que por supuesto, te arregla (gracias Iñaki!) y se empieza a convertir en tu confesor privado. Resultado: cada vez que estiro mi familia me mira con cara rara… el otro día mi hija me decía “papá, no hagas eso que parece que andas como un tonto…”. En fin…

Y así, entre entrenamientos, cenas y lesiones, llegamos a mi bautizo de este fin de semana en Senpere, un Sprint (750-16-6) al que llego un poco a medias, muy bien en natación y bici, con más de 100 kms de natación, cerca de 2.000 de bici y bastante mal corriendo, con unos escasos 30-40 kms…

En este punto, llega la pregunta del millón: ¿Qué hay que llevar a un triatlón además del neopreno y el tritraje? Calcetines? Maillot? Geles? Bebida isotónica? Vaselina? (no penséis mal…). Menos mal que nuestro Kaiser (Hugo, muy grande) hizo un artículo donde explicaba todo esto, que si no, ya me veía nadando sin gafas o corriendo descalzo. Hoy me he probado el tritraje y parezco una mezcla entre el Yeti (sí, ya sé, afeitarme…) y un chorizo por lo apretado.

Después de esta chapa infumable, te preguntarás porqué me he enganchado a esto; muy fácil: las sensaciones que tienes cuando te das cuenta de que aún siendo viejuno, eres capaz de nadar, andar en bici y correr durante distancias considerables, son impresionantes; te sientes el hombre más fuerte del mundo. Somos muy afortunados porque nuestro cuerpo nos permite hacer estas cosas. Espero poder seguir así mucho tiempo.

Como os decía al principio del artículo, todavía no soy triatleta de hecho, pero sí lo soy de corazón. Este deporte me ha atrapado y creo que ahora ya entendéis el porqué.

Si eres cuarentón, te gustan las emociones fuertes y no te importa sufrir, prueba el Triatlón. No te defraudará. Seguro.

Aitor
PD: gracias a mi txurri, Patri, ¡que todavía no me ha echado de casa!  … a mí y a mi bici, claro…

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